martes, 6 de octubre de 2009

La Presencia Real: un don sagrado

En el IV Concilio de Letrán, en 1215, la Iglesia definió formalmente que "por divino poder, el pan y el vino son transubstanciados en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo".

La fe en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía es una marca de la Iglesia Católica. De modo claro y conciso, el obispo de Paterson (EE.UU.) Mons. Arthur Joseph Serratelli presenta una sinopsis histórica de esta verdad de fe.



Una de las divisiones más grandes entre católicos y protestantes tiene como motivo principal la Eucaristía. ¿Cómo entender lo que realizó Jesús en la Última Cena?¿Cuál fue su intención?¿Obsequió a su Iglesia con un simple memorial de su Pasión y Muerte, dándole el pan y el vino como símbolos del Misterio Pascual?¿Dio realmente su Cuerpo y Sangre a los discípulos reunidos en torno a la mesa del cenáculo?¿Da hoy su Cuerpo y Sangre a los fieles reunidos en torno al altar?

Desde tiempos apostólicos, todos los seguidores de Cristo creyeron en la Presencia Real, lo cual siguió así hasta el nacimiento del protestantismo en el siglo XVI.


La fe en la Presencia Real a lo largo de la historia de la Iglesia


Sin embargo, antes de la época de Lutero hubo ya algunas pocas voces disidentes que negaron la fe de la Iglesia en la Presencia Real. San Ignacio de Antioquía (110 d.C.) cuenta que los gnósticos se rehusaron desde un comienzo a creer en la Presencia Real. "Se abstienen -dice él- de la Eucaristía y de la oración porque no profesan la doctrina de que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, carne que padeció por nuestros pecados y que el Padre, en su bondad, resucitó"(Carta a los fieles de Esmirna 6, 2-7, 1). Tenían al menos la honestidad de no acercarse a la Eucaristía, porque no aceptaban lo que enseñaba la Iglesia.

Cuando los antiguos Padres de la Iglesia analizaban lo escrito en 1Cor 10, 16-17; Jn 6, 32-71, así como los relatos de la Última Cena (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-23; Lc 22, 19-20; y 1 Cor 11, 23-25), interpretaban estos pasajes literalmente. J. Kelly, renombrado historiador protestante de la Iglesia primitiva, resume la enseñanza de los Padres acerca de la Presencia Real cuando escribe: "Su doctrina eucarística -y es preciso entenderlo desde un comienzo- era en general incuestionablemente realista, esto es, el pan y el vino consagrados eran tomados, tratados y designados como el Cuerpo y la Sangre del Salvador". (Early Christian Doctrines, 440).

El primer cristiano de alguna importancia en negar la Presencia Real fue Berengario de Tours. ¡Y vivió en el siglo XI! Este joven sacerdote tenía a su cargo una escuela de Teología en Tours, la que frecuentaban muchos estudiantes ilustres que más tarde llegarían a ser obispos y arzobispos. Berengario negaba la creencia de que Jesús está real y verdaderamente presente en la Eucaristía bajo las apariencias del pan y del vino.

Llamaba a esta creencia "opinión de la ralea", y enseñaba que la Eucaristía es sencillamente un símbolo de la prsencia de Cristo entre nosotros.

La doctrina de Berengario terminó sirviendo de ayuda a la Iglesia. Como respuesta a la negación de un elemento esencial del depósito de la fe, la Iglesia empezó a predicar más ampliamente sobre la Presencia Real. Es interesante observar que, en el curso del debate de su doctrina entre teólogos y obispos, Berengario se retractó por lo menos cinco veces de sus opiniones. Finalmente en 1215, en el IV Concilio de Letrán, la Iglesia definió que "por divino poder, el pan y el vino son transubstanciados en el Cuerpo y la Sangre" (Canon). La doctrina de la Presencia Real es muy sencilla, si bien profunda: la Eucaristía es el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo bajo las apariencias del pan y del vino.


Bajo apariencia de pan y vino


Bajo las apariencias de pan y vino.

Esto significa que no es pan, ni vino; es el Cuerpo y Sangre de Cristo.

Qué mal servicio se hace a la fe de la Iglesia cuando alguno, en el momento de la Comunión, dice que el pan será distribuido de tal o cual manera o repartido de cierto modo. ¿Por qué no llamar a la Sagrada Comunión por lo que es: el Cuerpo de Cristo?

En el cuarto Evangelio es notable la ausencia del relato de la institución de la Eucaristía en la Última Cena; pero Juan es profundamente eucarístico en su Evangelio. El día posterior al milagro de la multiplicación de los panes y los peces en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús declara abiertamente que ha venido a darnos su carne y su sangre como verdadera comida y verdadera bebida (Juan 6, 26-58). Doctrina que para muchos era extraña y difícil de admitir. Muchos de sus seguidores hasta entonces reclamaron: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?" (Juan 6, 60). Algunos de sus discípulos dejaron de seguirlo a causa de esta enseñanza sobre la Eucaristía. Jesús los dejó marcharse. "Entonces como ahora, la Eucaristía permanece como 'signo de contradicción' y no puede dejar de serlo, porque un Dios que se hace carne y se sacrifica a sí mismo por la vida del mundo pone en aprietos a la sabiduría de los hombres" (Benedicto XVI, Homilía en San Juan de Letrán, 7/6/2007). El verdadero seguimiento de Jesús incluye la aceptación del sagrado don de la Eucaristía. Y una auténtica fe en la Eucaristía como Presencia Real nos abre el camino para entender todas las dimensiones de este misterio y el carácter sagrado de toda nuestra vida.

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