lunes, 15 de febrero de 2010

La Santa Misa es sacrificio y sacramento


La Eucaristía es un Sacrificio además de un sacramento.

En la sagrada Eucaristía no solo se contiene y se recibe a Cristo (Eucaristía- Sacramento), sino que además en ella el mismo Cristo es ofrecido en holocausto por la salvación del mundo (Eucaristía- Sacrificio = Santa Misa).

El sacrificio consiste principalmente en una ofrenda que el hombre hace a Dios. El sacramento, en cambio, consiste en un don que Dios hace al hombre.

Los sacrametos han sido instituidos por Dios para los hombres, se administran a los hombres; en cambio el sacrificio del Altar es sólo para Dios.

Cuando celebra la Misa, el sacerdote está ofreciendo un sacrificio a la divinidad, por eso se coloca en el Altar vuelto hacia el Señor y no hacia los fieles.

En cambio, cuando administra los sacramentos (cuando da la comunión o bautiza...) el sacerdote se vuelve hacia lo fieles porque los sacramentos son dones que Dios hace al hombre.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Frutos propiamente dichos de la Santa Misa


A la hora de tu muerte, tu mayor consuelo serán las Misas a las que durante tu vida asististe con fervor y devoción.
Cada Misa a la que asististe te acompañará en el tribunal divino y abogará para que alcances perdón.
Con cada Misa puedes disminuir el castigo temporal que debes por tus pecados, en proporción con el fervor con que la oigas.
Con la asistencia devota a la Santa Misa, rindes el mayor homenaje a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor.
La Santa Misa bien oída suple tus muchas negligencias y omisiones.
Por la Santa Misa bien oída se te perdonan todos los pecados veniales que estás resuelto a evitar, y muchos otros de que ni siquiera te acuerdas.
Por ella pierde también el demonio dominio sobre ti.
Ofreces el mayor consuelo a las benditas ánimas del Purgatorio
Consigues bendiciones en tus negocios y asuntos temporales.
Una Misa oída mientras vivas te aprovechará mucho más que muchas que ofrezcan por ti después de la muerte.
Te libras de muchos peligros y desgracias en los cuales quizás caerías si no fuera por la Santa Misa.
Acuérdate también de que con ella acortas tu Purgatorio.
Con cada Misa aumentarás tus grados de gloria en el Cielo. En ella recibes la bendición del sacerdote, que Dios ratifica en el cielo.
Al que oye Misa todos los días, Dios lo librará de una muerte trágica y el Angel de la guarda tendrá presentes los pasos que dé para ir a la Misa, y Dios se los premiará en su muerte.
Durante la Misa te arrodillas en medio de una multitud de ángeles que asisten invisiblemente al Santo Sacrificio con suma reverencia.
Cuando oímos misa en honor de algún Santo en particular, dando a Dios gracias por los favores concedidos a ese Santo, no podemos menos de granjearnos su protección y especial amor, por el honor, gozo y felicidad que de nuestra buena obra se le sigue.
Todos los días que oigamos Misa, estaría bien que además de las otras intenciones, tuviéramos la de honrar al Santo del día.
La Misa es el don más grande que se puede ofrecer al Señor por las almas, para sacarlas del purgatorio, librarlas de sus penas y llevarlas a gozar de la gloria. – San Bernardo de Sena.
El que oye Misa, hace oración, da limosna o reza por las almas del Purgatorio, trabaja en su propio provecho. – San Agustín.
Por cada Misa celebrada u oídas con devoción, muchas almas salen del Purgatorio, y a las que allí quedan se les disminuyen las penas que padecen. – San Gregorio el Grande, Papa.
Durante la celebración de la Misa, se suspenden las penas de las almas por quienes ruega y obra el sacerdote, y especialmente de aquellas por las que ofrece la Misa. –San Gregorio el Grande
Puedes ganar también Indulgencia Plenaria todos los lunes del año ofreciendo la santa Misa y Comunión en sufragio de las benditas almas del Purgatorio. Para los fieles que no pueden oír Misa el lunes vale que la oigan el domingo con esa intención.
Se suplica que apliquen todas las indulgencias en sufragio de las Almas del Purgatorio, pues Dios nuestro Señor, y ellas le recompensaran esta caridad.
La Santa Misa es la renovación del Sacrificio del Calvario, el Mayor acto de adoración a la Santísima Trinidad. Por eso es obligación oírla todos los domingos y fiestas de guardar.

martes, 9 de febrero de 2010

3. El sacrificio de la Misa es el prodigio más asombroso de cuantos ha hecho la Omnipotencia divina


¿Te admirarás acaso al oírme decir que la Santa Misa es una obra asombrosa? ¡Ah! ¿Tan poca cosa es a tus ojos la maravilla que se verifica a la palabra de un simple sacerdote? ¿Qué lengua de hombres, ni aun de ángeles, podrá explicar jamás un poder tan ilimitado? ¿Quién hubiera podido concebir que la voz de un hombre, que ni aun puede sin algún esfuerzo levantar una paja, debería estar por gracia, dotada de una fuerza tan prodigiosa que obligase al Hijo de Dios a bajar del cielo a la tierra? Éste es un poder mucho mayor que el de trasladar los montes de un lugar a otro, secar el Océano, o detener el curso de los astros. Éste es un poder que de algún modo rivaliza con aquel primer Fiat, por medio del cual sacó Dios el mundo de la nada y que parece aventajar, en cierto sentido, al otro Fiat, por el cual la Santísima Virgen recibió en su seno al Verbo Eterno.
Con efecto, la Santísima Virgen no hizo más que suministrar la materia para el Cuerpo del Salvador, que fue formado de su substancia, es decir, de su preciosísima sangre, pero no por medio de Ella, ni de su operación; mientras que la voz del sacerdote, en cuanto obra como instrumento de Nuestro Señor Jesucristo, en el acto de la consagración reproduce de una manera admirable al Hombre-Dios, bajo las especies sacramentales, y esto tantas cuantas veces consagra.
El Beato Juan el Bueno de Mantua con un milagro hizo conocer en cierto día esta verdad a un ermitaño, compañero suyo. No podía éste comprender que la palabra del sacerdote fuese bastante poderosa para convertir la substancia del pan y del vino, en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; y, lo que aún es más lamentable, cedió a las sugestiones del demonio. Tan pronto el venerable Siervo de Dios se apercibió del gravísimo error de su compañero, lo condujo cerca de una fuente, de la que sacó un poco de agua, que le hizo tomar. El ermitaño, después de haberla bebido, declaró que jamás había gustado un vino tan delicado. Pues bien, le dijo entonces el Siervo de Dios, ¿veis lo que significa este prodigio? Si por mi mediación, y eso que no soy más que un miserable mortal, la virtud divina ha mudado el agua en vino, ¿con cuánta mayor razón debéis creer que por medio de las palabras del sacerdote, que son las palabras del mismo Dios, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo?
¿Quién, pues, se atreverá a fijar límites a la omnipotencia de Dios? Esto bastó para ilustrar a aquel afligido solitario, quien, alejando de repente todas las dudas que atormentaban su alma, hizo una austera penitencia de su pecado.
Tengamos fe, pero fe viva, y confesaremos que son innumerables las maravillosas excelencias contenidas en este adorable Sacrificio. Entonces no nos asombraremos viendo renovarse a cada instante, y en mil y mil lugares diversos, el prodigio de la multiplicación de la Humanidad sacratísima del Salvador, por la cual goza de una especie de inmensidad no concedida a ningún otro cuerpo, y reservada a ella sola en recompensa de una vida inmolada al Altísimo. Esto es lo que el demonio, hablando por boca de una obsesa o endemoniada, hizo comprender a un judío incrédulo, valiéndose de una comparación material y ordinaria. Encontrábase este judío en una plaza pública con otras muchas personas entre las cuales estaba la obsesa, cuando vio pasar un sacerdote que, seguido de una numerosa comitiva, llevaba a un enfermo el Sagrado Viático. Todos se arrodillaron al instante para adorar al Santísimo Sacramento; pero el judío permaneció inmóvil y no dio la menor señal de respeto. Apercibiéndose de ello la obsesa, se levantó con ira, y dando al judío un fuerte bofetón, le quitó con violencia su sombrero. "Desgraciado, le dice, ¿por qué no rindes homenaje al verdadero Dios, que está presente en este Divino Sacramento? — ¿Qué verdadero Dios? replicó el judío; si así fuese, pudiera decirse que había muchos dioses, puesto que cuando se celebra la Misa hay uno en cada altar". Al oír estas palabras tomó la obsesa una criba, y poniéndola en frente del sol, le dijo al judío que mirase los rayos que pasaban por medio de los agujeros, y en seguida añadió: "Dime, judío, ¿son muchos los soles que atraviesan esta criba, o no hay más que uno?" El judío contestó que sólo había uno, no obstante la multiplicación de rayos. "¿Por qué te asombras, pues, repuso la obsesa, de que un Dios hecho hombre, aunque uno, indivisible e inmutable, se ponga por un exceso de amor, real y verdaderamente presente bajo los velos del Sacramento y sobre muchos altares a la vez?" Esta reflexión fue bastante para confundir la perfidia del judío, que se vio obligado a confesar la verdad de la fe.
¡Oh fe santa! Necesitamos un rayo de tu luz para repetir con fervor: ¿Quién se atreverá jamás a fijar límites a la omnipotencia de Dios? La sublime idea que Santa Teresa de Jesús había concebido de esta omnipotencia, le hacía decir a menudo, que cuanto más profundos e inaccesibles a nuestro entendimiento eran los misterios de nuestra Religión, más se adhería a ellos, con más firmeza y devoción, sabiendo muy bien que el Todopoderoso puede hacer, si es de su divino agrado, prodigios infinitamente más admirables que todo cuanto vemos. Aviva, pues, mucho tu fe, y confesarás que este Divino Sacrificio es el milagro de los milagros, la maravilla de las maravillas, y que su principal excelencia consiste en ser incomprensible a nuestra débil inteligencia, y lleno de asombro di una y mil veces: ¡Ah qué gran tesoro! ¡Cuán inmenso es! Pero si su prodigiosa excelencia no basta a conmoverte, te conmoverás, sin duda, en vista de la suprema necesidad que tenemos de este Santísimo Sacrificio.

lunes, 8 de febrero de 2010

2. El santo sacrificio de la Misa tiene por principal sacerdote al mismo Jesucristo.


Funciones del celebrante y de los asistentes

Imposible parece poderse hallar una prerrogativa más excelente del sacrificio de la Misa, que el poderse decir de él que es, no sólo la copia, sino también el verdadero y exacto original del sacrificio de la cruz; y, sin embargo, lo que lo realza más todavía, es que tiene por sacerdote un Dios hecho hombre. Es indudable que en un sacrificio hay tres cosas que considerar: el sacerdote que lo ofrece, la Víctima que ofrece, y la majestad de Aquél a quien se ofrece. He aquí, pues, el maravilloso conjunto que nos presenta el santo sacrificio de la Misa bajo estos tres puntos de vista. El sacerdote que lo ofrece es un Hombre-Dios, Jesucristo; la víctima ofrecida es la vida de un Dios, y aquél a quien se ofrece no es otro que Dios. Aviva, pues, tu fe, y reconoce en el sacerdote celebrante la adorable persona de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el primer sacrificador, no solamente por haber instituido este sacrificio y porque le comunica toda su eficacia en virtud de sus méritos infinitos, sino también porque, en cada Misa, Él mismo se digna convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre preciosísima. Ve, pues, cómo el privilegio más augusto de la Santa Misa es el tener por sacerdote a un Dios hecho hombre. Cuando consideres al sacerdote en el altar, ten presente que su dignidad principal consiste en ser el ministro de este Sacerdote invisible y eterno, nuestro Redentor. De aquí resulta que el sacrificio de la Misa no deja de ser agradable a Dios, cualquiera que sea la indignidad del sacerdote que celebra, puesto que el principal sacrificador es Jesucristo Nuestro Señor, y el sacerdote visible no es más que su humilde ministro. Así como el que da limosna por mano de uno de sus servidores es considerado justamente como el donante principal; y aun cuando el servidor sea un pérfido y un malvado, siendo el señor un hombre justo, su limosna no deja de ser meritoria y santa.
¡Bendita sea eternamente la misericordia de nuestro Dios por habernos dado un sacerdote santo, santísimo, que ofrece al Eterno Padre este Divino Sacrificio en todos los países, puesto que la luz de la fe ilumina hoy al mundo entero! Sí, en todo tiempo, todos los días y a todas horas; porque el sol no se oculta a nuestra vista sino para alumbrar a otros puntos del globo; a todas horas, por consiguiente, este Sacerdote santo ofrece a su Eterno Padre su Cuerpo, su Sangre, su Alma, a sí mismo, todo por nosotros, y tantas veces como Misas se celebren en todo el universo. ¡Oh, qué inmenso y precioso tesoro!
¡Qué mina de riquezas inestimables poseemos en la Iglesia de Dios! ¡Qué dicha la nuestra si pudiéramos asistir a todas esas Misas! ¡Qué capital de méritos adquiriríamos!
¡Qué cosecha de gracias recogeríamos durante nuestra vida, y qué inmensidad de gloria para la eternidad, asistiendo con fervor a tantos y tan Santos Sacrificios!
Pero ¿qué digo, asistiendo? Los que oyen la Santa Misa, no solamente desempeñan el oficio de asistentes, sino también el de oferentes; así que con razón se les puede llamar sacerdotes: Fecisti nos Deo nostro regnum, et sacerdotes (6). El celebrante es, en cierto modo, el ministro público de la Iglesia, pues obra en nombre de todos: es el mediador de los fieles, y particularmente de los que asisten a la Santa Misa, para con el Sacerdote invisible, que es Jesucristo Nuestro Señor; y juntamente con Él, ofrece al Padre Eterno, en nombre de todos y en el suyo, el precio infinito de la redención del género humano. Sin embargo, no está solo en el ejercicio de este augusto misterio; con él concurren a ofrecer el sacrificio todos los que asisten a la Santa Misa. Por eso el celebrante al dirigirse a los asistentes, les dice: Orate, fratres: "Orad, hermanos, para que mi sacrificio, que también es el vuestro, sea agradable a Dios Padre todopoderoso". Por estas palabras nos da a entender que, aun cuando él desempeña en el altar el principal papel de ministro visible, no obstante todos los presentes hacen con él la ofrenda de la Víctima Santa.
Así, pues, cuando asistes a la Misa, desempeñas en cierto sentido las funciones de sacerdote.
¿Qué dices ahora? ¿Te atreverás todavía de aquí en adelante a oír la Santa Misa sentado desde el principio hasta el fin, charlando, mirando a todas partes, o quizás medio dormido, satisfecho con pronunciar bien o mal algunas oraciones vocales, sin fijar la atención en que desempeñas el tremendo ministerio de sacerdote? ¡Ah! Yo no puedo menos de exclamar: ¡Oh, mundo ignorante, que nada comprendes de misterios tan sublimes! ¡Cómo es posible estar al pie de los altares con el espíritu distraído y el corazón disipado, cuando los Ángeles están allí temblando de respeto y poseídos de un santo temor a vista de los efectos de una obra tan asombrosa!

sábado, 6 de febrero de 2010

1. El sacrificio de la Misa es igual al sacrificio de la Cruz

La principal excelencia del santo sacrificio de la Misa es que debe ser considerado como esencial y absolutamente el mismo que se ofreció sobre la cruz en la cima del Calvario, con esta sola diferencia: que el sacrificio de la cruz fue sangriento, y no se ofreció más que una vez, satisfaciendo plenamente el Hijo de Dios, con esta única oblación, por todos los pecados del mundo; mientras que el sacrificio del altar es un sacrificio incruento, que puede ser renovado infinitas veces, y que fue instituido para aplicar a cada uno en particular el precio universal que Jesucristo pagó sobre el Calvario por el rescate de todo el mundo. De esta manera, el sacrificio sangriento fue el medio de nuestra redención, y el sacrificio incruento nos da su posesión: el primero nos franquea el inagotable tesoro de los méritos infinitos de nuestro divino Salvador; el segundo nos facilita el uso de ellos poniéndolos en nuestras manos. La Misa, pues, no es una simple representación o la memoria únicamente de la Pasión y muerte del Redentor, sino la reproducción real y verdadera del sacrificio que se hizo en el Calvario; y así con toda verdad puede decirse que nuestro divino Salvador, en cada Misa que se celebra, renueva místicamente su muerte sin morir en realidad, pues está en ella vivo y al mismo tiempo sacrificado e inmolado: "Vidi (...) agnum stantem tamquam occisum” (3).
En el día de Navidad la Iglesia nos representa el Nacimiento del Salvador; sin embargo, no es cierto que nazca en este día cada año. En el día de la Ascensión y Pentecostés, la misma Iglesia nos representa a Jesucristo subiendo a los cielos y al Espíritu Santo bajando a la tierra; sin embargo, no es verdad que en todos los años y en igual día se renueve la Ascensión de Jesucristo al cielo, ni la venida visible del Espíritu Santo sobre la tierra. Todo esto es enteramente distinto del misterio que se verifica sobre el altar, en donde se renueva realmente, aunque de una manera incruenta, el mismo sacrificio que se realizó sobre la cruz con efusión de sangre. El mismo Cuerpo, la misma Sangre, el mismo Jesús que se ofreció en el Calvario, el mismo es el que al presente se ofrece en la Misa.
Ésta es la obra de nuestra Redención, que continúa en su ejecución, como dice la Iglesia: Opus nostrae redemptionis exercetur (4). Sí, exercetur; se ofrece hoy sobre los altares el mismo sacrificio que se consumó sobre la cruz.
¡Oh, qué maravilla! Pues dime por favor. Si cuando te diriges a la iglesia para oír la Santa Misa reflexionaras bien que vas al Calvario para asistir a la muerte del Redentor, ¿irías a ella con tan poca modestia y con un porte exterior tan arrogante? Si la Magdalena al dirigir sus pasos al Calvario se hubiese prosternado al pie de la cruz, estando engalanada y llena de perfumes, como cuando deseaba brillar a los ojos de sus amantes, ¿qué se hubiera pensado de ella? Pues bien; ¿qué se dirá de ti que vas a la Santa Misa adornado como para un baile? ¿Y qué será si vas a profanar un acto tan santo con miradas y señas indecentes, con palabras inútiles y encuentros culpables y sacrílegos? Yo digo que la iniquidad es un mal en todo tiempo y lugar; pero los pecados que se cometen durante la celebración del santo sacrificio de la Misa y en presencia de los altares, son pecados que atraen sobre sus autores la maldición del Señor: Maledictus qui facit opus Domini fraudulenter. Medítalo atentamente mientras que te manifiesto otras maravillas y excelencias de tan precioso tesoro.

De: Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote. www.icrsp.com

viernes, 5 de febrero de 2010

EXCELENCIA DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA


Es una verdad incontestable, que todas las religiones que existieron desde el principio del mundo establecieron algún sacrificio que constituyó la parte esencial del culto debido a Dios: empero, como sus leyes eran o viciosas o imperfectas, también los sacrificios que prescribían participaban de sus vicios o de sus imperfecciones. Nada más vano que los sacrificios de los idólatras, y por consiguiente no hay necesidad de mencionarlos. En cuanto a los de los hebreos, aun cuando profesaban entonces la verdadera Religión, eran también pobres e imperfectos, pues sólo consistían en figuras: Infirma et egena elementa (1), según expresión del Apóstol San Pablo, porque no podían borrar los pecados ni conferir la divina gracia.
El sacrificio, pues, que poseemos en nuestra Santa Religión es el de la Santa Misa, el único sacrificio santo y de todo punto perfecto. Por medio de él todos los fieles pueden honrar dignamente a Dios, reconociendo su dominio soberano sobre nosotros, y protestando al mismo tiempo su propia nada. Por esta razón el santo rey David le llama Sacrificium iustitiae(2) , sacrificio de justicia, no sólo porque contiene al Justo por excelencia y al Santo de los Santos, o mejor dicho, a la Justicia y Santidad por esencia, sino porque santifica las almas por la infusión de la gracia y por la abundancia de dones celestiales que les comunica. Siendo, pues, este augusto Sacrificio el más venerable y excelente de todos, y a fin de que te formes la sublime idea que debes tener de un tesoro tan precioso, vamos a explicar sucintamente algunas de sus divinas excelencias, porque para explicarlas todas se necesitaba otra inteligencia superior a la nuestra.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El Padre Pío y la Santa Misa


Padre, ¿por qué sufre tanto en la Consagración?


No seas malvado... (No quiero que me preguntes eso...)


Padre, dígame: ¿por qué sufre tanto en la Consagración?


Porque en ese momento se produce realmente una nueva y admirable destrucción y creación.


Padre, ¿por qué llora en el altar, y qué significan las palabras que pronuncia en la Elevación? Pregunto por curiosidad, mas también porque quiero repetirlas con usted.


Los secretos del Rey Supremo no pueden revelarse ni profanarse. Me Preguntas por qué lloro, mas yo no querría derramar esas pobres lagrimas, sino torrentes de lágrimas. ¿No meditas en este grandioso misterio?


Padre, ¿usted sufre, durante la Misa, la amargura de la hiel?


Sí, muy frecuentemente...


Padre, ¿cómo puede estar de pié en el Altar?


Como estaba Jesús en la Cruz.


¿En el altar, está usted clavado en la Cruz, como Jesús en el Calvario?


¿Y aún me lo preguntas?


¿Cómo se encuentra usted?


Como Jesús en el Calvario.


Padre, ¿los verdugos acostaron la Cruz en el suelo para clavar los clavos en Jesús?


Evidentemente.


¿A usted también se los clavan?


¡Y de que manera!


¿También lo acuestan sobre la cruz?


Sí, mas no debemos tener miedo.

domingo, 24 de enero de 2010

¿Por qué conviene ir vestido de sacerdote?


" El hábito eclesiástico es un signo de consagración para uno mismo, nos recuerda lo que somos, recuerda al mundo la existencia de Dios, hace bien a los creyentes que se alegran de ver ministros sagrados en la calle, supone una mortificación en tiempo caluroso.
El sacerdote al mirarse en el espejo o en una foto, y verse revestido de un hábito eclesiástico piensa: tú eres de Dios.
Bajo la sotana, el sacerdote viste como el común de los hombres. Pero revestido con su traje talar, su naturaleza humana queda cubierta por la consagración.
El que viste su hábito eclesiástico es como si dijera: el lote de mi heredad es el Señor.
El color negro recuerda a todos que el que lo lleva ha muerto al mundo. Todas las vanidades del siglo han muerto para ese ser humano que ya sólo ha de vivir de Dios. El color blanco del alzacuellos simboliza la pureza del alma. Conociendo el simbolismo de estos dos colores es una cosa muy bella que todas las vestiduras del sacerdote, incluso las de debajo de la sotana, sean de esos dos colores: blanca camisa y alzacuellos, negro jersey, pantalones, calcetines y zapatos.
El hábito eclesiástico también es signo de pobreza que nos evita pensar en las modas del mundo. Es como si dijéramos al mundo: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.
La vestimenta propia del sacerdote es la sotana. Pero el clériman también es un signo adecuado de consagración, manifestando esa separación entre lo profano y lo sagrado. Aunque el hábito eclesiástico propio del presbítero sea por excelencia la túnica talar, el clériman es un hábitus ecclesiasticus y todo lo que aquí se dice a favor de la sotana, se puede aplicar al clériman. En caso de que estas hojas las lea un religioso, evidentemente, lo dicho aquí de la sotana valdrá para su propio hábito religioso."


Tomado del Blog del Padre Fortea "¿Por qué conviene ir vestido de sacerdote?".