domingo, 25 de octubre de 2009

Jesucristo Rey


Al instituir la fiesta de Cristo Rey, Pío XI no ha pretendido sino proclamar solemnemente la realeza social de nuestro Señor Jesucristo sobre el mundo. Rey de las almas y de las conciencias, de las inteligencias y de las voluntades, Cristo lo es también de las familias y de las ciudades, de los pueblos y de las naciones; en una palabra, Rey de todo el universo. Como lo ha demostrado Pío XI en su encíclica Quas primas, del 11 de diciembre de 1925, el laicismo es la negación radical de esta realeza de Cristo; al organizar la vida social como si Dios no existiese, engendra la apostasía de las masas y conduce a la ruina de la sociedad.
Toda la misa y el oficio de la fiesta de Cristo Rey son una proclamación solemne de la realeza universal de Cristo contra el laicismo de nuestro tiempo. La misa comienza con una de las visiones mas hermosas del Apocalipsis, en que el Cordero de Dios, inmolado, pero ya victorioso en la gloria, es aclamado por la muchedumbre innumerable de los ángeles y los santos. Señalado para el último domingo de octubre, hacia el final del ciclo litúrgico y justamente en vísperas de la fiesta de Todos los Santos, la fiesta de Cristo Rey se presenta como el coronamiento de todos los misterios de Cristo y como la anticipación, en el tiempo, de la realeza eterna que ejerce sobre todos los elegidos en la gloria del cielo. La gran realidad del cristianismo es Cristo resucitado reinando con todo el esplendor de su victoria en medio de los elegidos, que son su conquista.



Introito (Apoc., 5). -Digno es el Cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor. Al mismo la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. -(Ps. 71) Dad, ¡oh Dios!, al Rey vuestro juicio, y al Hijo del Rey vuestra justicia. V. Gloria Patri.


ORACIÓN


Omnipotente y sempiterno Dios, que quisisteis restaurar todas las cosas en vuestro amado Hijo, Rey universal. Conceded propicio, que todas las naciones de la tierra, disgregadas por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio: El cual con Vos vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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